Dejé Berlín con un olor insípido a vernano, la habitación completamente vacía, el camión de mudanzas lleno de maderas apiladas resultado de desmembrar cada mueble que aún quedaba en pie en la Wg2ooo, mis compañeros en la puerta de casa diciendome adios entre sillas, platos, cubiertos y una infinidas más de objetos domésticos y no tan domésticos como el par de skies o la bola disco. Me subí al mercedes impresionante que me esperaba en la acera de Stresemannstr y estuve sentada en el asiento delantero, medio incómoda hasta el aeropuerto. Simone me ayudó a facturarlo todo mientras nos reíamos recordando los primeros días en la resi, después vino el hombre que me llevaría hasta el avión en silla de ruedas y la despedida acelerada con Simone y las 3 horas y pico de vuelo.
Aterrizar en Madrid que, casi a las ocho, hacía un alarde de tarde calurosísima.
Deshacer las maletas e intentar que todo me quepa donde estaba antes, que en los dos armarios haya capacidad para todo lo que me traigo de Berlín... es imposible...
Después recorrer el barrio de Salamanca con todas esas aspirantes a Paris Hilton, de gafas enormes y tacones imposibles, y cenar con la familia y poder reirnos bien alto sin que nadie en la mesa de al lado te mire recriminando no se qué. Cenita en Lavapiés y copas en Malasaña y sonreir mientras Marc, recién llegado de Barcelona, me dice: "Como mola... esto es Kreuzberg"
Volver a casa en taxi y hablar con el conductor todo el camino sobre la crisis de la economia española, la vivienda y el empleo, y sentir que me mira como si yo fuese un marciano cuando intencionadamente le pregunto algunas cosas para tener, a través de la opinión del taxista, una especie de opinión de la sociedad española a la q me acabo de incorporar.
Calor y más calor, comida familiar de los domingos y preparar las cosas para el jueves, que empieza el cole
domingo, 31 de agosto de 2008
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